Nuestro segundo más largo


El ambiente se sentía tenso como en todos los exámenes finales. Por donde Sofía mirara, sólo veía las mismas caras de concentración y preocupación de sus compañeros. Y no podía ser menos: muchos se jugaban sus becas, su dinero, su futuro y hasta se podría decir que hasta sus vidas. Sofía no podía entender cómo las cosas tendían a tensarse tanto en una cuestión de minutos. Era cuestión de pensar que los exámenes sólo son montón de hojas con palabras escritas y espacios en blancos que había que rellenar.
            Pero bueno, las cosas también tendían a mirarse desde un foco diferente cuando todo parecía ir bien en tu vida, ¿no?
            Sin dejar de sentir una especie de colonia de mariposas volando dentro de su  estómago, Sofía recordó cómo la noche anterior todo había sido perfecto. Claudio, su compañero que tanto le gustaba, al fin se había mostrado decidido a aceptar la atracción que sentía por ella, así como ella también pudo declararle todo el amor que sentía por él. El amor te podía hacer sentir estúpido y te hacía tocar hondo en muchas malas situaciones, pero en estos casos, cuando los papales que jugaba eran buenos, te hacía sentir como si volaras, como si pudieras tocar el cielo y fueras a estallar de felicidad de un momento a otro.
            Sofía no pudo evitar mirar furtivamente a Claudio, que se encontraba al otro extremo de la sala. No pudo evitar sonreír y sentir cómo toda la colonia de mariposas revoloteó violentamente dentro de ella cuando descubrió que él también la estaba mirando con su vista perdida. Se sonrieron mutuamente y se refugiaron en sus exámenes.
            Había sido una noche genial. No había duda de eso. Ya llevaban dos meses hablando, mandándose mensajes entre líneas, mensajes disfrazados de cosas triviales y sin asunto. Sin embargo, y al final de cuentas, los dos se querían mutuamente. Y eso era lo mejor, lo que más importaba.
            La chica contempló su examen y dio vuelta la página, buscando alguna respuesta fácil para contestar de inmediato.
            Había sido Claudio quien la fue a buscar a su pensión para salir a dar una vuelta por el barrio y conversar un rato durante la noche. Como siempre y era costumbre, la conversación empezó con cosas que no tenían mucha importancia. Cómo estás, cómo te fue hoy día, te gustó la clase de la mañana, por qué no fuiste ayer a la clase de las seis… Tuvieron que pasar dos horas para ya empezar a ahondar en lo más profundo de sus corazones. Y para ese momento, ya se encontraban sentados frente al mar, apoyados en los hombros del otro, compartiendo calor y sintiendo el extraño nerviosismo previo a que las cosas más maravillosas ocurrieran.
            Sofía llevaba un buen tiempo sin sentirse así, tan llena, tan querida. Lejos de su hogar y su familia, Claudio le había entregado todo lo que de verdad necesitaba: un lugar donde poder descansar y sentirse feliz.
            Tratando de buscar una respuesta dentro de su mente para la pregunta número 25, Sofía contempló el lejano mar y los edificios que se alzaban como dedos gigantes y grises en su borde; eso era lo bueno de la sala en donde estaban rindiendo el examen: su espléndida y alta vista. El potente sol de las tres de las tarde arrancaba destellos del agua e hizo pensar a Sofía que aquella tarde era genial como para estar echados en el pasto con Claudio, bebiendo quizá una cerveza, fumando algún que otro cigarro, o simplemente escuchando música desde sus celulares sin hacer nada más. La vida era hermosa cuando se miraba desde el punto de vista correcto. La vida era como el vino.
            Se escuchó a alguien toser dentro de la sala y el roce de dos páginas de un examen. Alguien también tamborileaba sus dedos nerviosamente contra su mesa y el suave y delicado pisar de los zapatos de la profesora que estaba tomando el examen se hacía totalmente audible sobre el piso alfombrado de la sala.
            Fue alguien que corría por el pasillo quien pareció quebrar la concentración de todos los ahí presentes. La puerta se abrió de par en par y apareció un auxiliar de la universidad bastante agitado por ella. La profesora pareció querer matarlo por la cara de enojada que puso. No obstante, y antes que ella pudiera decir algo, el auxiliar dijo de forma descontrolada, casi como un grito:
            --¡Todos deben salir cuanto antes de aquí! ¡Han llamado desde Santiago diciendo que debemos evacuar todo cuanto antes!
            Muchos parecieron no entender lo que pasaba. La concentración de todos se había ido a cualquier otro sitio y todos se miraban con todos. Por alguna extraña razón, las cosas dentro de las universidades siempre se tomaban más en serio que en cualquier otro sitio.
            Y como si hubiera sido necesario para que todos los estudiantes se dieran cuenta de que no había ni pizca de broma en sus palabras, empezó a sonar fuertemente la alarma de los bomberos en pleno corazón de la ciudad, rompiendo el relajado ambiente de la tarde después de almuerzo.
            Nadie sabía qué ocurría. Nadie atinó a nada. Sólo seguían mirándose unos con otros.
            Fue la profesora, la que saliendo del extraño estado producido por la noticia, decidió dar una orden, arrastrando sus palabras:
            --Dejen sus exámenes sobre sus mesas y salgan. ¡Ahora!
            Sin mucha premura, cada uno de los estudiantes fue dejando sus lapiceras y demás útiles sobre sus mesas y saliendo poco a poco de la sala mientras el auxiliar volvía a correr por el pasillo para continuar con su misión de heraldo de malas nuevas, quebrando más mentes concentradas y haciendo perder la paciencia a más profesores.
            En el pasillo se encontraba más gente sin saber mucho qué pasaba, caminando confusamente hasta la gran terraza del patio, donde se encontraba justamente uno de los sectores seguros de la universidad.
            --¿Qué onda todo esto? –le preguntó Claudio a Sofía mientras caminaban hacia la terraza del campus al igual que sus demás compañeros. Se sentía un extraño titilar en su voz. Como si presintiera algo malo, algo fuera de lo normal.
            --No cacho. Pero parece que está bien cuática la cosa. Si es como para que nos saquen de clases. Me tinca que debe ser bien cuático.
            Sofía no podía no dejar de sentirse intranquila y algo rara; y eso a pesar de que estaba Claudio con ella. Se notaba una tensión extraña en el ambiente. Como la tensión previa antes de tirarse a la piscina y saber si el agua estaba demasiado helada o no.
             --¿Qué es esa hueá? –dijo uno de sus compañeros desde la masa reunida en el sector seguro de la terraza del campus, apuntando hacia el cielo por sobre el mar (el mismo mar que había presenciado la noche de ayer a Claudio y Sofía darse su primer beso).
            Todos reaccionaron y miraron en la misma dirección que el chico señalaba. Al principio, por culpa del sol y su reflejo en las furiosas aguas del mar, no pudieron ver nada. Pero después de unos cuantos segundos, se pudo hacer patente que sí había algo en el cielo. Era diminuto y brillante. Como una pequeña estrella solitaria en pleno día.
            --¿Qué demo…?
            Bruscamente el punto se iba a haciendo cada vez más grande, como si se inflara… o como si se acercara
            Sofía lo fue entendiendo poco a poco. Lo supo de inmediato, pero su consciencia no lo asimiló de la misma forma.
            La vida no podía ser perfecta para siempre. La vida se basaba en momentos felices, pero en realidad era un juego de actos donde la base siempre eran cosas tristes, grises, oscuras. No era más que eso. Era como tener una muralla negra en donde uno pasaba de vez en cuando una brocha con pintura de color azul, verde o morado, pero de eso, nada más.
            A veces el vino tendía ser amargo cuando no se añejaba correctamente…
            Tomando la mano de Claudio, Sofía se sintió un poco más segura.
            Alguien comenzó a gritar, y eso fue suficiente para que comenzara una cadena de gritos desesperados y una avalancha de pisadas despavoridas para todos lados. Claudio intentó correr con Sofía, pero fue ella la que quiso que se quedaran ahí. Cuando él la miró, ella sólo se limitó a negar con la cabeza y sonreír. Luego, sin poder evitarlo más, se puso a llorar. Y como si no pudiera más, Claudio también hizo lo mismo.
            La alarma de los bomberos nunca dejó de sonar. Los autos, allá abajo, en pleno centro de la ciudad, no paraban de tocar sus bocinas, locos. La ciudad se volvió un caos, como un mar negro, y nadie sabía qué hacer. Todo fue gritos y más gritos, un ruido que nunca nadie pensó oír un día tan normal como el que habían estado viviendo.
            El punto blanco se hizo grande e inició su descenso hacia la ciudad.
            Era lo que la gente tanto temía: el apocalipsis desatado por la misma gente.         
            Sofía sólo pudo recordar una frase: “2 minutos para la medianoche”.
            El fin del mundo como se pensaba no era provocado por un choque entre mundos, una invasión alienígena, un augurio por parte de una vieja civilización o porque llegaba una fecha previamente establecida. El fin del mundo lo iban a provocar los humanos. Así de simple.
            --Te quiero… --le dijo Claudio a Sofía, sollozando.
            --Yo también… --le declaró ella también, lamentándose por no haberlo hecho antes.
            Y después, todo fue calor y un cegador destello blanco. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario