Generaciones

Nadie puede sentirse inferior que tus pensamientos, así como nadie puede sentirse pisoteados por ellos. No son nada. No soy nada. En realidad, todos los que tratamos de hacer algo frente a todo, no somos nada. La vida está estipulada. Sólo seguimos caminos, como animales en el matadero. Sólo nos dan un puñado de horas de gracia para poder sentirnos llenos, plenos, libres, como si la vida fuera lo mejor que nos pudieron haber dado, cuando lo mejor podría ser habernos arrebatados nuestras creencias que nos tienen abajo, ahí, bajo tierra, bajo las cenizas de nuestras familias, la sangre y sudor de nuestros padres, para volver a seguir su senda por nuestros propios linajes. Llorar no vale nada. Gritar tampoco. La rabia nos transforma en la generación perdida que los grandes detestan. No es sólo rogar por un poco de amor. Tampoco es rezar por el cambio. Ya tenemos lo que pedimos. Una muerte injusta, que quede impune. Ya no hay nada que hacer para nuestro esperado cambio. Ya se arrojaron los dados, se jugaron las cartas hace años. Tenemos los días más que contados, esquematizados. No somos nada. Así que imagínate tú ahora lo que eres. Somos moléculas, parásitos minúsculos en un universo donde a nadie le interesa mi sufrimiento, ni el tuyo, ni tus victorias, ni tus derrotas. Así que hagámonos la idea de que esto no sirve de nada. Para nadie. Seamos grandes y afrontemos la muerte como se debe. Como la zorra que viste la seda de la vida, pero que de verdad es la puta más grande de todas. Todo ha perdido el sentido, y las glorias de los viejos días. Tus lágrimas no valen nada. De verdad. Tus sonrisas menos.