Deja que se congelen tus manos


Deja que se congelen tus manos
y que cada hebra de tu cabello se chamusque
este invierno
como nunca lo hicieron en verano.
Que se mueran tus manos entrelazadas
en un rezo infinito e irracional,
rogando paganamente por un nuevo amanecer
después de este maldito eclipse lunar.
No llores más y date cuenta dónde demonios
estás parada, qué hiciste y todo lo que hemos sufrido.
Sé que no es excesivamente tu culpa,
porque decías ser una niña pequeña que no sabía
nada del mundo,
pero ponte los malditos pantalones y date cuenta
de todos tus errores.
No me hagas cargar tu cruz,
estoy cansado y no soy Jesús.
Quédate con esto, el sentimiento desgarrador
que siempre te ha acompañado.
No tendrás nada más que eso por ahora.
Prometer estar siempre firme en tu revolución, en tu propio cambio, sólo para derramar un poco más de sangre de la debida. Terminar peor que antes ante cualquier error de pensamiento o actuación. Y quedar, literalemente, mucho peor. Te odio y te quiero, maldita puta. Creo que el sufrimiento es el único camino para el olvido. Otro paso más hacia el risco.