Bendecida

Para quien a veces en mi vida

cumple el verdadero rol de Valeria.


Recuerdo muy bien que cuando era un docente en formación, todos los profesores me decían que la parte más difícil de mi futuro trabajo sería el hecho de tener que relacionarme con niños, ser empático con ellos, ponerse en el caso de sus realidades, darles una atención casi paternal, una atención que soñaba con dar desde que supe que era estéril y que, obviamente, no iba a poder tener nunca hijos.

Egresé de la universidad como profesor de Historia a mis escasos veintitrés años (apenas un jovencito, como decía mi madre). Ese fue el momento en que comencé una nueva etapa de mi vida: mi verdadera adultez; y como a mí me gustaba ser de aquellos tipos que marcaba etapas con actos, con mi pareja decidimos comenzar algo nuevo en un pequeño pueblo al interior de la región, algo así como para desligarnos totalmente de nuestra época adolescente. Supe que en ese lugar estaban construyendo una nueva escuela y necesitaban profesores. No dudé ni un solo segundo y fui de inmediato a dar una entrevista para ver si podía trabajar ahí. Como había sido uno de los mejores alumnos de mi promoción, no me costó mucho conseguir el trabajo.

Con Valeria, mi pareja, decidimos gastar el dinero que teníamos ahorrado para comprar una casa barata y confortable en aquel alejado pueblito con la esperanza de que todo marcharía bien con nuestra futura nueva vida.

Ahí Valeria, por su lado, quería cumplir el sueño de tener su propio almacén, un sueño que, según me contaba por las noches, quería cumplir desde que era pequeña y jugaba con su caja registradora de plástico.

Entonces, siguiendo con el trazo de nuestro plan, la idea era vivir de lo que Valeria ganara haciendo alguna que otra manualidad y lo que yo ganara como profesor de Historia. Sabíamos que de esa manera nos la íbamos a arreglar sin muchas dificultades por un buen tiempo.

El pueblo resultó estar lleno de gente amable y simpática. Muchos de nuestros vecinos no dudaron en acercarse cuando llegamos para ofrecernos su ayuda o lo que necesitáramos. Con unos cuantos de ellos compartimos una austera cena en nuestro hogar como agradecimiento por la atención que nos habían dado, en la cual ellos nos hablaron de anécdotas de la zona y de otras cosas superficiales, asuntos que no tenían mucha relevancia para nosotros.

Y mientras nos acostumbrábamos a nuestra casa y al lugar donde vivíamos, fueron pasando los meses hasta que la escuela donde iba a trabajar abrió sus puertas.

Yo, por mi parte, estaba listo para comenzar a laborar como profesor, algo nervioso, pero listo, mentalizado.

No es un trabajo fácil...

Claro, sabía que el trabajo como docente no era fácil, pero tampoco sabía hasta qué extremo podía llegar el: no es un trabajo fácil. Siempre recordaba que debía ser empático con mis alumnos y que tenía que ponerme en el caso de sus realidades. Y claro, ya sabía que haría clases en un pueblito pobre donde los niños eran felices con lo poco y nada que tenían, que estaban dispuestos a escucharlas como si fueran la cosa más importante del mundo.

Eso estaba bien...

Pero no tenía pensado toparme con la realidad que me encontré, una realidad que creía que solamente existía en las películas de terror y de suspenso... Nadie piensa en algo parecido, no, nadie lo piensa... menos que te pase en tu primer año de trabajo...

Debo admitir que fui un tipo muy inocente al principio...

Los grados de la escuela llegaban hasta octavo básico, un curso por año (si los niños querían hacer su enseñanza media, debían partir hacia la ciudad).

Mi primera clase se la di al octavo básico, un curso en donde los niños agradecían el hecho de que se hubiera creado una escuela en su propio pueblo para no tener que levantarse todos los días a las seis de la mañana y tener que viajar media hora para ir a la escuela más cercana (que también llegaba hasta octavo básico).

Eran alumnos agradables, por suerte. Temía que fueran un poco pesados conmigo, pero descarté la idea cuando los vi aportando a mi clase y poniendo atención a todo lo que les decía.

Todo fue mejor de lo que pensaba.

No obstante, hubo algo que me llamó mucho la atención; alguien, mejor dicho, alguien que al principio me sacó una sonrisa y después una mala corazonada: había una alumna en el curso que era idéntica a mí hermana menor (pelo negro azabache, ojos castaños, piel blanca), lo que me sacó una ligera sonrisa... El hecho de que estuviera apartada del curso, tuviera la mirada más triste que había visto en mi vida y que se pasara echando nerviosamente cosas a la boca me produjo la mala corazonada...

Al principio pensé que la chica podría haber tenido sueño, que el cambio de escuela sólo la había afectado a ella o que quizá había tenido algún problema en su casa durante la mañana, pero a medida que fue transcurriendo el tiempo, me di cuenta que seguía con su actitud depresiva y que, comparado con sus compañeros y alumnos de otros cursos, era la única que actuaba de aquella forma.

En silencio, sin siquiera hablarle del tema a Valeria, comencé a observar cuidadosamente la conducta de la muchacha.

Se llamaba Vanessa Flores, y era una chica que, además de pasar mucho tiempo triste, era algo agresiva con algunos de sus compañeros que se acercaban mucho a ella...

¿Tristeza y agresividad?

Vanessa parecía ser tan cambiante como las formas de una nube en un cielo estival.

Cualquier persona podría haber comentado que Vanessa era una niña más en la escuela, en el pueblo, en la región, en el mundo entero, una niña que solamente era diferente y que yo, por el hecho de que se parecía a mi hermana pequeña (a la cual echaba muchísimo de menos y amaba), quería saber qué diantres la hacía estar tan triste y ser tan agresiva... además, era una niña de catorce años, no una adolescente de dieciocho años que vivía en la ciudad con el típico problemita existencial producida por la separación de sus padres o porque su pololo la había pateado justo el día antes de su graduación. Esto tenía otro motivo, y la mala corazonada que me venía directo al pecho insistía en que aquí había gato encerrado...

Ojalá mi hermana esté bien, pensé inconscientemente.

Una noche en que preparaba los contenidos para las clases del día siguiente, recordé, al darle vueltas (una vez más) al asunto de Vanessa, algunas cosas fundamentales que vi en mis primeros años de universidad, cosas que había dejado totalmente fuera de mi memoria a corto plazo sabiendo que algún día iba a tener que acudir a ellas cuando me desempeñara como profesor. Dejé de hacer lo que realizaba y me esforcé por recordar una unidad en especial de las clases de Psicología que tuve en mi segundo año de formación en que me mostraron los diferentes síntomas de niños que tenían problemas en sus hogares, principalmente problemas de violencia en que ellos (por desgracia) eran los más afectados.

¿Sus padres la golpearán?

Tenía entendido que Vanessa Flores era hija única, cosa que comprobé al revisar los libros de clases de la escuela y al saber que era la única menor de treinta años que se apellidaba Flores en todo el pueblo. Entonces debía concluir, obviamente, que era la persona más pequeña que vivía en su casa.

Ahora bien, ¿dónde vivía Vanessa?

Durante todos los meses que había residido en el pueblo, nunca había visto a la muchacha siendo que yo era de aquellos que salía con Valeria a dar paseos por toda la tarde todos los días que pudiésemos. Tampoco la veía después de clases o durante los fines de semana. Aquello, sinceramente, me parecía demasiado extraño debido a que la única entretención (o bueno, gran parte de ella) para los jóvenes del pueblo se encontraba fuera de sus hogares por la sencilla razón que no había televisión en ninguna de sus casas.

Una tarde, después de revisar unas cuantas pruebas del octavo básico (y comprobar que Vanessa había sacado mala nota) en la sala de profesores, decidí hablar con un par de colegas (a veces me parecía algo patudo decirles así) que estaban conversando afuera acerca de lo que iban a hacer este fin de semana que venía.

--¿Son siempre así de duras estas fechas de fines de mes? –pregunté, refiriéndome a lo primero que se me vino a la cabeza, resoplando.

--Así es de duro, muchacho –me respondió el profesor Gonzales, quien daba las clases de religión en la escuela, dedicándome una cálida sonrisa.

--Gajes del oficio, hombre –dijo el profesor Pérez, que hacía las clases de Lenguaje y Comunicación--. Al principio es así; después te vas acostumbrando y no hay problema. Es como acostumbrarse a levantarse todos los días a las seis y media de la mañana.

--Eso sí que me ha costado –dije en tono gracioso, sonriendo. Hubo una pequeña pausa en la que deliberé sobre mis próximas palabras y continué--. ¿Ustedes saben qué es lo que le pasa a Vanessa Flores? Pareciera ser que anda todo el día triste.

Mis colegas no se extrañaron en lo absoluto. De hecho, era como si hubieran estado esperando que alguien sacara aquel tema de conversación en algún momento.

--Desde mediados del año pasado que ha estado comportándose de la misma manera –comentó el profesor Pérez--. Yo vengo de la otra escuela donde estudió ella y la conozco desde que era chiquitita. Antes no era así: era más alegre y vivaz. Ahora le gusta estar sola y le está yendo regular en sus estudios. Me dice que le cuesta concentrarse y que a veces no tiene ganas de nada. Me tinca que tiene depresión. En estos días está de moda eso.

--Según lo que sé, parece que tiene problemas en su casa, con sus padres –comentó el profesor Gonzales, bajando, sin darse cuenta, el volumen de su voz--. Su papá es una persona rara y malas pulgas. Creo que es el líder de una pequeña secta religiosa, uno de esos fanáticos que darían hasta su vida por Dios. Él debe ser el principal causante de lo que le ocurre a la pequeña Vanessa.

--Ya veo, ya veo –murmuré.

Mis miedos parecían haberse hecho realidad: era tal como lo había pensado…

De hecho, después me daría cuenta que era peor de lo que había pensado.

Cuando llegué a mi casa aquella tarde, le hablé del tema a Valeria mientras tomábamos onces, y su consejo fue que me acercara a Vanessa para poder corroborar mis sospechas y así poder hacer algo para solucionar el asunto en lo que pudiera.

Sin embargo, con mi pareja nunca habíamos escuchado en el pueblo palabra alguna acerca de una secta o algo parecido por boca de sus pobladores. Por esto último, pensé que la secta debía ser un secreto muy bien guardado en el corazón del pueblo y que todo esto apuntaba a algo demasiado bizarro…

Y espantoso…

El lunes, en el primer recreo de la mañana, divisé a lo lejos a la pequeña Vanessa comiendo un sándwich en un solitario asiento del patio de la escuela.

Me acerqué a ella.

--Hola –la saludé con cordialidad.

--Hola, profe.

--¿Por qué tan sola? ¿No te gusta jugar con tus compañeros?

--No.

--¿Por qué no? ¿Te molestan acaso?

--No. Simplemente no me gusta estar con ellos –la muchacha le dio un despreocupado mordisco a su sándwich. Luego de tragar con calma, continuó--. Y no me molestan, por si acaso, pero prefiero no estar con ellos. Mi papá dice que no haga eso.

--¿Por qué dice eso tu papá? –pregunté preocupado. La fría y gris mañana le daba a la conversación un tono oscuro y siniestro, un tono que no me gustaba para nada.

--Porque él es mi padre y tiene derecho sobre mí. Yo sólo debo acatar. Además, él me hace hacer todo lo que Dios diga. Y la palabra de Dios, es algo que no se debe dudar. Nunca.

--Ya veo, Vanessa… ¿Quieres tomar un té?

--No, gracias. Eso se vería feo…

Y tenía razón…

La información recabada había sido mucha para un primer encuentro. Más que mucha, suficiente.

El padre de Vanessa tenía mucho que ver en el asunto de su tristeza y raro comportamiento. Tenía mucho que ver en el sufrimiento de una pobre chiquilla de catorce años que, a su edad, debía estar disfrutando de lo maravilloso que era ser aún una niña.

Durante la tarde, en uno de aquellos momentos libres que tenía por los lunes, me encontré con el director de la escuela quien estaba fumando un cigarrillo por los pasillos del establecimiento algo nervioso, cosa que atribuí a su desempeño como mandamás mío y de mis colegas.

Ahí, después de preguntarle si tenía tiempo para mí, inquirí si conocía personalmente al papá de Vanessa.

--Sí, sí lo conozco.

--¿Y qué le pareció?

--Un tipo bien extraño, si es que juras no decirle a nadie mi calificativo –la mueca que observé en la cara del director fue totalmente insondable. Se metió el cigarro a la boca y luego de disfrutar unos segundos del humo dentro de su cavidad, lo botó con suma tranquilidad--. Déjame decirte que él es un tipo bien querido aquí, puesto que muchos habitantes del pueblo son seguidores de su secta religiosa, una secta que parece seguir a Dios desde un punto bastante peculiar.

Al ver mi cara anonadada, el director prosiguió no sin antes haber tragado un poco más del humo de su cigarrillo.

--Su secta tiene el pensamiento de que Dios creó a la mujer con el fin de satisfacer los placeres de los hombres, ya que los hombres son los que fueron creados a su imagen y semejanza, no ellas. Es un pensamiento bien machista que repudio con todo mi corazón.

--Pero hay una cosa que no entiendo aún…

--¿Qué cosa?

--No entiendo por qué eso hace que Vanessa sea una niña tan triste y agresiva… No entiendo por qué la religión de su padre…

--¿Provoca eso? –atajó el director. Su sonrisa pareció develar todo lo que sabía sin siquiera dedicarme ni una sola palabra para hacerlo--. ¿Tú crees, muchacho, que un padre machista respetaría a una pequeña de catorce años aunque fuera su hija?

--No, claro que no…

--Obviamente que no lo haría, porque lo sé y lo he visto –el director aspiró una última vez su cigarrillo y lo botó al piso para luego pisarlo como quien pisa un insecto asqueroso que camina por el suelo--. No te preocupes por eso: yo estoy haciéndole un seguimiento a ese tipo. Hasta ahora, por lo visto, no ha recurrido a la violencia con la pobre Vanessa, porque no hay huellas de aquello, pero nadie puede asegurar que quizá ella no haya sufrido fuertes ataques verbales por parte de su padre –su mano se posó sobre mi hombro con un aire fraternal al ver mi cara preocupada--. Tranquilo, hijo: pronto lo detendremos.

Pero qué tan pronto significaba ese: pronto.

El director, al igual que yo, daba por hecho muchas cosas que, a la larga, parecían más claras que el agua.

--¿Sabe usted dónde vive Vanessa?

--Ven, te anotaré su dirección…

Era importante actuar de manera discreta si es que iba a hacer todo por mi propia cuenta. Nada de decirle a nadie lo que tenía en mente. Nada.

Recuerdo que Valeria me sirvió un par huevos fritos para las onces de ese mismo día. Al notar que estaba más absorto en mis pensamientos que lo habitual, me preguntó que qué pensaba, y yo, obviamente, le conté todo lo que había averiguado y lo que había planeado esa misma tarde.

--Iré algo entrada la noche –le conté--. Como viven algo alejados del pueblo, en la entrada de un bosque, no hay luz artificial cerca de su casa. Eso es bueno, porque no quiero que me sorprendan merodeándolos.

--¿No quieres que te acompañe? –me preguntó Valeria, preocupada.

--No, querida, yo sé hacer lo que tengo que hacer, no te preocupes. Tú espérame acá, bien despierta… tú sabes para qué –agregué, con voz sensual, levantando mis cejas.

Con eso logré sacarle una nerviosa sonrisa a mi pareja. Eso me bastaba para estar un poco más tranquilo. Sin embargo, la mala corazonada que no había dejado de tener, parecía estar más viva que nunca en ese momento, alertándome de que quizá todo cambiaría en unas cuantas horas.

Como a esos de las diez de la noche, me puse mi chaqueta más liviana, me despedí de Valeria con un beso y salí por la puerta en dirección al lugar que el director me había anotado en un papel.

Hacía frío y estaba muy oscuro. Era perfecto.

Cuando caminaba por las calles me encontré con un par de conocidos que se dirigían a sus casas y unas cuantas parejas de adolescentes que se besuqueaban en la plaza del pueblo.

Deben haber pasado unos treinta y cinco minutos cuando me encontré con luces que se distinguían entre los árboles del bosque del pueblo, luces que debían provenir de las ventanas del hogar de los Flores. Acercándome un poco más al lugar iluminado, pude notar que se veían muchas sombras dentro de la casa. Sin duda, ahí dentro se estaba llevando a cabo una de las reuniones de la secta religiosa del papá de Vanessa.

De pronto, mientras observaba lo que tenía al frente escondido detrás de un árbol, comencé a escuchar unos gritos que me parecían bastante conocidos, familiares, gritos que hicieron que se me pusiera la piel de gallina.

¡Vanessa!

Y a aquellos fuertes gritos, se le comenzaron a sumar fuertes y monótonos rezos.

¡Qué mierda!

Se me apareció en mi mente la imagen de mi hermana, lo que me produjo un repentino acceso de furia. Mi corazón parecía estallar. La corazonada que me había acompañado este último tiempo parecía advertirme que no me acercara allá, pero me ordenaba entrar a la casa para saber qué diantres le pasaba a la pequeña Vanessa (aunque en realidad ya creía saber lo que me encontraría del otro lado de la puerta)…

Corrí y me abalancé en dirección a la puerta, abriéndola de un solo golpe para luego encontrarme en el interior de un iluminado salón.

Los gritos y los rezos provenían de la sala a mi derecha.

No lo pensé dos veces.

De una patada abrí la otra puerta que se interponía en mi camino.

Y ahí me encontré con todos los seguidores de la secta religiosa ataviados con unas extrañas túnicas negras, formando un círculo alrededor de una cama de sábanas color carmesí en donde había un hombre haciéndole el amor desenfrenadamente a… ¡¡Vanessa!!

Sin que nadie atinara a hacer nada, corrí hacia el hombre que estaba encima de la muchacha para golpearlo… y así lo hice: le di un puñetazo en su espalda, cerca de su costilla derecha, que lo derribó por unos instantes sobre la cama.

Los rezos se detuvieron. Ahora todos miraban extrañados la escena que se les presentaba.

Vanessa, en cambió, seguía gritando con desesperación, amarrada de pies y brazos a las patas de la cama, totalmente desnuda.

¡Qué horror!

El hombre que estaba sobre Vanessa se incorporó de forma ágil y rápida, quedando cara a cara conmigo… y pude notar el gran parecido que tenía con ella… no podía ser… los mismos ojos castaños, el mismo pelo negro azabache, la misma piel blanca, las mismas facciones…

¡Era su padre!

--¡Maldito maricón de mierda! –le grité con un odio que surgió desde lo más profundo de mi corazón. Los castaños ojos del papá de Vanessa echaban chispas. Parecía un lobo a punto de atacar, hambriento--. ¡¿Qué le estabas haciendo a tu hija, maricón?!

--¡La voluntad de Dios!

Con una rabia totalmente inexplicable, me lancé contra él, empujándolo hacia un mueble que había en el fondo de la habitación, golpeando de paso a un par de anonadados seguidores que formaban el corro que rodeaba a Vanessa.

Sin mucho esfuerzo, el papá de Vanessa se volvió a levantar, pero esta vez, con la cara desfigurada por la ira. Parecía una bestia descontrolada.

Y se comenzó a acercar a mí con paso decidido. Sabía que ahora me tocaba recibir.

Primero intentó darme un puñetazo con su mano izquierda, el cual detuve con mi brazo derecho, dejándolo totalmente adolorido y agarrotado. El segundo golpe que me dio fue tan rápido, que ni siquiera alcancé a poner el brazo para detenerlo. Me dio de lleno en el rostro, enviándome a tierra medio aturdido.

Estaba perdido.

Escuché su risa, una risa enferma, una risa algo desquiciada, una risa perdida, una risa que se escuchaba más fuerte que los gritos de Vanessa.

Fue en eso cuando el hombre, viéndome acabado, empezó a echarse hacia atrás lentamente, sin perderme de vista.

Rebuscó algo en los cajones del mueble donde se había estrellado y sacó algo que había visto un montón de veces en las películas de acción al estilo Hollywood.

Pistola en mano, el hombre caminaba hacia mí, sin parar de reír. Quedó a un par de metros de distancia mío. Me apuntó directo al pecho.

--Lo siento, pero sabes demasiado.

Miré a los ojos a unos cuantos seguidores y pude reconocer a varios de mis vecinos, entre esos algunos que habían asistido a la cena que di en mi casa al llegar al pueblo (¡si hubiera sabido antes!). Me miraban con pena, como si miraran a un perro muerto de hambre a punto de morir. ¿O quizá me miraban arrepentidos? Nadie hacia nada por mí ni por su líder.

--¿Por qué le haces esto a tu propia hija? –le pregunté, cansado y adolorido.

--Porque ella es la elegida –replicó el hombre, con tranquilidad. Creo que iba a dejarme saber unas cuantas cosas antes de que partiera al otro mundo--. Vanessa fue bendecida por Dios para que hiciéramos Su voluntad en ella. Me lo dijo Él mismo al presentarse ante mí en un sueño.

--¡Pero es tu propia hija!

--¿Acaso Dios no mandó a Abraham a matar a Isaac, su propio hijo, ah? Si Dios pide sacrificios, hay que dárselos. ¡Hay que hacer su voluntad!

--¡Es una niña de catorce años, maldito degenerado!

--¡Es una niña, es mujer, y la mujer fue creada por Dios para que los hombres pudiéramos hacer su voluntad!

El hombre estaba totalmente loco… Y lo peor, era que más gente le seguía su amén.

Si existía un verdadero Dios todopoderoso y benevolente que era capaz de juzgar a las personas por las cosas buenas o malas que hacían sobre la Tierra, sólo le pedía que después de mi muerte se hiciera justicia… no le pedía que me dejara escapar de esta ni nada de eso. Sólo le pedía justicia… Justicia.

--Creo que ya sabes cuál es la nueva voluntad de Dios –me dijo de repente.

--¡Hijo de perra!

Disparo.

Escuché a lo lejos, como si me fuera yendo lentamente de mi cuerpo, un último grito estridente de Vanessa.

Que Dios haga justicia…

La bala había atravesado directamente mi corazón, acabando de una buena vez con aquella corazonada que tanto me decía que mi fin estaba cerca.

Noticia transmitida por Canal Paraíso el día después de los sucesos antes relatados, 21:12 hrs.

Periodista: “La policía detuvo ayer en la madrugada al líder de una extraña secta religiosa en la pequeña localidad de El Quisco por los cargos de homicidio y violación a una menor que resultó ser su propia hija identificada como V.A.F.V. La víctima fue un joven profesor, de veintitrés años, que daba clases de Historia en la escuela del pueblo donde la menor cursaba su octavo básico. Su cuerpo fue hallado por su pareja, el director de la escuela donde trabajaba y un par de profesores del mismo establecimiento en la casa del inculpado. La razón de su muerte fue un disparo en el pecho que le quitó la vida instantáneamente. Los seguidores de esta secta también serán formalizados por el cargo de violación a la menor. Según la información que tengo aquí, en todas las reuniones que se celebraban en aquella casa, todos los miembros de esta secta abusaban sexualmente de la pequeña como parte de un ritual de purificación. Entre esos, como antes habíamos mencionado, su propio padre”.

Víctor Flores Lira, líder de la secta religiosa (mientras la policía lo hacía ingresar al retén móvil): “…Lo hacíamos porque era la voluntad de Dios. Él me lo dijo. Dios me ordenó a mí a hacerlo, y les dijo a los demás que me siguieran. Me dijo que ella era la elegida para hacer Su voluntad, que era la bendecida…”.

Periodista: “Gracias al actuar de la pareja de la víctima, el director de la escuela y los otros dos docentes, el acusado pudo ser detenido antes de que este alcanzara a escapar del lugar de los hechos. Escuchemos, a continuación, las palabras de los testigos”.

Valeria Monárdez, pareja de la victima (sollozando): “Cristian quería saber qué le ocurría a Vanessa, porque se parecía a su hermana y le tenía cariño; además era su profesor de Historia. Él lo único que quería hacer era ayudarla... (Sollozo). Sabía que el maricón de su papá tenía algo que ver en todo esto y trato de solucionar las cosas y… y… (Llanto)”.

Edmundo Barnes, director de la escuela El Quisco: “Ayer en la tarde el muchacho –la víctima-- me había preguntado sobre el padre de la pequeña Vanessa Flores y le di su dirección, pero nunca pensé que llegaría al extremo de ir a su casa y vigilarla, mucho menos que se encontraría con algo como lo que se encontró ahí… Si hubiera sabido que se iba a topar con un demente, hubiera pensado dos veces antes de dársela…”.

Germán Pérez, profesor de la escuela El Quisco (sollozando): “El señor Barnes me había ido a buscar junto con el profesor Gonzales a mi casa para ir a ver a Cristian, diciéndome que teníamos que hablar con él acerca del caso de Vanessa y de nuestras deducciones que al final… bueno, eran ciertas… Cuando llegamos allá, su nerviosa pareja nos dijo que había salido a dar una vuelta, y no le creímos. Luego de preguntarle si le había hablado algo sobre una tal Vanessa Flores, nos reveló que había ido a su casa… Una mala espina nos hizo ir allá a los cuatro… y ahí los encontramos…”.

Miguel Gonzales, profesor de la escuela El Quisco: “La escena era horrible: nos encontramos con un bullicio terrible… y ahí estaba él, en el suelo boca abajo en uno de los salones de la casa, sin nada de ropa; unos cuantos de sus propios seguidores lo habían neutralizado y estaban encima de él, alejándolo del arma… Espero que las autoridades tomen cartas en el asunto para que este individuo y sus seguidores se pudran en la cárcel por ser unos cochinos de mierda y para que casos como este no se repitan nunca más en la historia de este país”.

Periodista: “La policía también encontró en una de las habitaciones de la casa a la madre de la pequeña y esposa del acusado amarrada a su cama, agonizante. Lo que nos pudo comunicar fue que estaba así desde hace meses, exactamente desde que había intentado parar la locura de su esposo. La mujer fue llevada inmediatamente al hospital más cercano junto con su hija”.

>>”Mañana serán los funerales de este profesor-héroe en La Serena, donde vive toda su familia, quienes lamentan profundamente su muerte. A su funeral acudirán ex compañeros, colegas y otras cuantas personas que se han querido sumar a su despedida por su gran valentía y arrojo, por ser un ejemplo de profesor”.

--Dios, sólo te pido justicia.

Y Dios hizo justicia.