Vivo
en un país agrietado,
lleno
de ruina maquillada,
donde
el oro sigue siendo robado,
y
la esperanza sigue tan violada
como
nuestros antepasados.
Nuestra
tierra bella es consumida
bajo
los fuegos de otras manos,
devorada
por otros ojos,
utilizada
para otros sueños,
no
para los nuestros,
no
para nuestros ahogos,
no
para nuestras alabanzas.
Seguimos
tan ciegos como antes,
frente
a tanta grieta,
celebrando
todas sus equivocaciones,
comiendo
de nuestros propios mierdales.
Somos
seres que vitorean en el triunfo,
y
que destrozan en la caída,
que
lloran un día creyendo ser buenos,
burlándose
todo el año para ser los mejores.
Vivo
en un país tan desalmado,
descuajado,
arrancado, despreciado,
querido
y odiado,
que
creemos ser los mejores
perdiendo
el tiempo,
criticando,
siendo la sombra del otro,
el
jefe de los jefes,
la
llama de una vela apagada,
la
electricidad de una televisión desarmada.
No
somos nada:
una
pobre imitación de lo malo,
un
acto que no tiene más actos,
un
idioma desarmado,
un
grupo de gente que juega a ser independiente,
un
grupo de simios que jura son independientes.