Tengo
terror de tu mirada,
de
tus pulsos,
de
mi pulso que me delata y me deja desarmado
frente
aquello que se presenta
en
tus pupilas y castaños iris.
Tengo
terror de tus suspiros,
de
tu alicaído y distraído ser,
de
tu cuerpo y tus manos,
de
ese amor tan tuyo que se torna rabia,
y
de esa rabia tan podrida que se torna amor,
como
si fuera un degradé oscuro verde gris,
tan
atípico como tus cánticos y tus sentimientos.
Tengo
terror de tu presencia,
siempre
tan perdida, tan errada, tan justa,
tan
melancólica, con sus sueños de morir,
de
estallar como estalla mi corazón al verte,
de
estrellarse contra el mar como un cometa,
exacto
como el deseo que lo hagas contra mi pecho,
para
apretarte, desgarrarte, protegerte,
tenerte
aquí, con tu presencia misteriosa,
con
tu voz que me tranquiliza, que me deja intacto,
pero
dolorosa como tu partida y el hecho de saber
que
es prácticamente imposible
que
el momento dure una eternidad, lo preciso,
lo
que mi alma quiere,
porque
las estrellas reniegan de los deseos que pido
cuando
caen.
Porque
sé que cuando caen,
tus
deseos son para con ese alguien que tanto odias y amas.
Yo sé que no tengo nada que hacer aquí.