La amistad entre un chico y su amiga

Linda tarde para verla otra vez. Todo perfumado y con un simpático bouquette de flores en su mano, el chico se dirigía a la casa de ella para cruzar de una vez por todas el río. Era tiempo de jugarse el todo o nada, como solían decir algunos de sus amigos. Las cosas que se aplazaban mucho, por lo general, nunca llegaban a buen puerto, y siempre terminaba por pasar la vieja. Cuando una mujer empezaba a mostrar señales significativas a tus significativos mensajes, es que entonces había algo de fondo; es que entonces algo bueno podías sacar de todo ello.
            El chico cruzó la calle haciendo un cómico traspié, como si estuviera bailando igual que el tipo de aquella vieja película bajo la lluvia, el que decía algo así como: “Estoy cantando y bailando bajo la lluvia”. La gente que lo veía podría decir que estaba loco, que estaba drogado, borracho, o colocado con algún medicamento extraño, pero a él le importaba un rábano. Cuando uno era feliz, todo importaba un rábano.
            Para ser más exactos con el asunto, a él le venía gustando su amiga desde hacían unos tres meses. Todo había cambiado desde que ella había terminado con su antiguo novio (un patán que no tenía nada de bueno) y había decidido acercarse un poco más a él para rellenar aquellos espacios vacíos que siempre resultaban dolorosos después de una larga y vertiginosa relación amorosa.
            Al principio era la clásica preocupación que un hombre soltero de buenos modales podría tener para con una chica tan guapa como lo era su amiga. Pero a medida que fue transcurriendo el tiempo, las cosas fueron tomando otro cariz, uno más cercano, más cálido, y las cosas se fueron tornando un poco más de color rosa. Se quedaban hasta tarde conversando por Internet, salían a comer echados en el pasto (con manteles en el suelo y esas cosas), se mandaban cariñosos mensajes de textos, veían películas juntos hasta bien entrada la noche y se dedicaban temas con tintes románticos. Todo iba marchando de mejor en mejor.
            Fue que entonces llegó el punto al que todos los hombres enamorados de sus amigas llegan: el dudar sobre si dar el gran paso, o no. En un inicio, todo se acompleja a partir de que uno, por lo general, se quiere muy poco y cree que todas las buenas palabras (y oraciones) que se pueden leer entre las líneas de los discursos de las otras personas pueden ser algo confuso y terminar en algo bastante angustiante. Es como escuchar su “te quiero” y entrar a dudar si ella lo dice: 1° porque de verdad te quiere; 2° porque te quiere como amigo; 3° porque te quiere como su nueva pareja y está perdidamente enamorada de ti, quiere casarse contigo, llegar a ancianos y morir a tu lado viendo un hermoso atardecer... y en muchos otros casos está el 4°: porque tiene pena de ti y teme que si ella no te dice aquella manoseada frase, probablemente cometas algún tipo de locura que atente con tu vida.
            Sin embargo, el chico creía haber leído y captado bien todas las indirectas que su amiga le había dado por los distintos tipos de medios que utilizaban para comunicarse. Para eso bastó leer todas sus conversaciones y mensajes de texto con sus mejores amigos un día después de una enorme fiesta, cuando fueron los únicos sobrevivientes de una cruenta guerra contra el alcohol.     
            Sus amigos lo animaron a que se lanzara al agua, que tenía todas las de ganar, que después de todo, tampoco había nada que perder.
            Entonces se animó y fue armando de a poco un pequeño plan de acción, el plan que lo llevaría a la victoria, a obtener la corona, la mano de su prometida, el mundo entero.
            Basándose en que todo se debía principalmente a una cuestión de actitud, el chico empezó a utilizar toda su artillería buscando calar cada vez más hondo en su amiga. Y para necesitó de mucho tiempo, originalidad, personalidad y, cómo no, dinero.
            Las comidas al aire libre cambiaron a invitaciones a caros sushi bar, las noches de películas mutaron a directas y reiteradas invitaciones al cine y las dedicaciones de canciones se tornaron en explícitos gritos de “¡sin ti, no puedo vivir, entiéndelo!”. La situación, por lo tanto, comenzó a tomar una dirección diferente a la que ya venía teniendo desde hacía tiempo.
            Fue esa mañana que el chico la llamó animadamente preguntándole si ella tenía algo que hacer a eso de las cinco de la tarde. La chica le respondió que no, que en realidad no tenía nada que hacer. “Te tendré una sorpresa”, le mencionó el chico, nervioso.
            --“¿Buena o mala?”
            --“Ya verás… Te quiero”
            Y eso fue todo. Se levantó temprano, fue a comprar las flores que más le gustaban a su amiga (haciendo uso de su memoria a largo plazo) y se preparó mentalmente para lo que se venía. Se bañó y se arregló lo más que pudo, procurando parecer un buen partido, hermoso, algo que no era, pero que podría llegar a ser.
            No quiso dirigirse hasta la casa de su amiga en vehículo; todo lo contrario: optó por ir caminando, ver lo bello que era la vida, cómo se reflejaba el sol en los charcos de agua que había producido la gente luego de lavar sus enormes autos, ver cómo los niños jugaban en las plazas sin importarle nada la economía mundial ni que en el otro extremo del mundo, habían personas de su misma edad que se morían de hambre. Todo parecía más amable, más mágico. El chico se sentía como si estuviera dentro de una película y él fuera el protagonista.
            Sin embargo, cuando el chico fue llegando a la casa de su amiga, se encontró con que había un auto en particular afuera de su casa, un vehículo que por desgracia conocía muy bien desde hacía tiempo.
            Y sin esperar mucho, como si todos estuvieran estado actuando en una rara presentación, la susodicha amiga y su ex novio salieron de su casa, tomados de la mano, riendo. No tardaron mucho en darse cuenta de que el chico se acercaba lentamente a ellos, sin comprender muy bien de qué iba todo, con la cara totalmente desencajada.
            --Hola, S. ¿cómo estás? ¿Para quién son esas…?
            --¡Cállate tú, maraca de mierda! –exclamó el chico arrojándole las flores que blandía, con rabia.
            La amiga no podía creer lo que estaba viviendo, mientras que su ex no reaccionó de inmediato, sólo se quedó mirando como el imbécil que era.
            --¡S.! –gritó ella--. ¡Explícame qué mierda te sucede!
            El chico sólo dio media vuelta, caminando sobre sus pasos, y le levantó el dedo del medio sin mirarla.
            La amiga miró a su ex como buscando que él hiciera algo.
            --¡Hey, hijo de puta, ven aquí y pídele perdón a A.! –graznó el ex de la amiga, con forzada valentía.
            --Jódete, imbécil… --susurró S. sin dejar de caminar.
            Entonces era cuando un hombre intentaba cruzar el puente, se sacrificaba por hacerlo y caí estrepitosamente al agua. Pero un hombre es un hombre y no acepta que va a caer solo, sino que arrastra a toda persona posible con él, y la desdicha la rellena con otros vicios y placeres… los más mundanos, por lo general… así como las mujeres lo hacen con sus cosméticos, amistades sin sentido y ciber aprobación de la gente.
            Así es la vida. Y así es como muchos caen día tras día.