La chica perfecta

Claudio no podía creer lo desgraciado que había sido el destino con él por la manera en que se enteró de que su novia lo engañaba con su mejor amigo.

Todo comenzó cuando, por esas cosas de la vida, a Claudio le vino un antojo por comer comida china en plena medianoche de un día miércoles, cuando la única tienda de comida china en su población estaba cerrada. Entonces, decidido a complacer su antojo, prendió el motor de su auto y manejó hasta el centro de la ciudad para llegar al restorán que solía frecuentar para comer los platillos que deseaba a esas horas de la noche sabiendo que aún se encontraba abierto, pues era uno de los mejores del rubro y había mucha gente que moría por sus menús a toda hora del día.

Ni diez minutos se demoraron los chefs en prepararle a Claudio sus veinte arrollados de primavera y el cuarto de kilo de wantán que quería.

Reprimiendo su ansiedad por comerse de inmediato la comida que se sentía caliente y apetitosa dentro de la bolsa plástica que llevaba en sus manos, el joven decidió que devorarla en el living de su casa disfrutando de una buena película de humor sería la mejor opción de todas. Sin embargo, esa alegría que le produjo el hecho de que todo estuviera saliendo según lo que él quería, se esfumó tan rápido como se demora en pasar una estrella fugaz por el cielo: vio, mientras manejaba hacia su hogar, afuera de un pub bastante concurrido, a su novia besándose con su mejor amigo con una pasión que lo descolocó y le rompió el corazón. Claudio no lo podía creer. Estaba horrorizado. Detuvo un momento el auto para comprobar si eran ellos o no, y lo único que logró fue confirmar lo que sus desgraciados ojos veían.

Al borde de las lágrimas, el chico partió hacia la playa, uno de los pocos lugares que le daba tranquilidad en los momentos en que peor se sentía; y este momento, sin lugar a dudas, era el peor de todos los que le había tocado vivir hasta ahora.

Claudio se bajó de su vehículo y se fue a la parte más oscura de la playa, para sentarse ahí y recordar los primeros besos con su novia, cuando habían comenzado a pololiar, cuando la había llevado por primera vez a su casa para presentársela a sus padres... pero algo golpeó su pierna en la oscuridad haciéndolo caer sobre la arena. El chico encendió su celular para alumbrar el suelo y ver qué era lo que había producido su caída. Resultó ser que ahí, medio cubierto de arena, se encontraba el cadáver de una chica que debía bordear los veinte años. No mostraba indicios de haber sido atacada con brutalidad; de hecho, parecía intacta: si no fuera porque no tenía pulso y no respiraba, Claudio juraría que estaba haciéndose la dormida...

Sin dudarlo, el joven levantó el cadáver y lo llevó a la luz del farol más cercano a su auto estacionado. Ahí pudo notar lo hermosa que era, con ese pelo oscuro y piel blanca que tanto le gustaba a él... Bueno, en realidad, se parecía mucho a su novia (o a su ex novia, mejor dicho, puesto que ya sabía el desenlace de tan desgraciado capítulo amoroso). Claudio sabía que no podía evitar sentir algo por la muchacha que estaba mirando: era hermosa, aún en su silencio eterno... Se parecía a su ex novia, claro estaba, pero tenía algo que la hacía mejor que ella: no hablaba.

La tomó y, con sumo cuidado, la puso dentro del auto, en el asiento del copiloto, le puso el cinturón de seguridad y se dirigió hacía su hogar.

En el trayecto no podía dejar de mirarla de reojo, de mirar cómo colgaba su lengua hacía afuera, cómo brillaban sus ojos desorbitados, muertos, cómo resplandecían sus blancas mejillas con las luces de los faroles de las calles por las que transitaban...

Una vez llegado a su destino, Claudio sentó el cadáver de la chica a la mesa, calentó la comida china en el microondas y apagó las luces para iluminar todo con la suave luz de las velas.

Era la cita perfecta.

Una vez servida la comida para ambos, el chico pensó que era la oportunidad precisa para engañar a su novia (o ex novia) mientras ella creía que él no sabía nada de sus andanzas con su mejor amigo...

Y mientras Claudio comía sus arrollado de primavera, no podía dejar de contemplar los brillantes ojos de la mujer que tenía en frente, no podía dejar de contemplar su suave piel blanca, sus finos labios que estaban volviéndose cada vez más fríos y azules. Pero no era la ocasión para hacer ninguna locura, porque quizá a la muchacha no le gustaban los hombres que se lanzaban hacía ella para robarle un beso... ¿Y qué tal si no era así? Bueno, en intentar nunca se perdía nada.

Cuando Claudio fue a servirle un vaso de vino a la muchacha, se acercó lo bastante como para que su mejilla rozara con la de ella... y como notó que no hubo ninguna acción de evasión por parte de ella, decidió darle un beso... y así fue cómo los dos se comenzaron a besar con una pasión que el chico no había sentido desde hace mucho tiempo. La muchacha no parecía tener mucha experiencia en besos pues no movía muy bien sus labios ni su lengua, pero aún así, se sentían exquisitos.

Al principio, Claudio quería utilizar a la chica para hacer pagar a su ex novia con la misma moneda y decirle que él también la había engañado cuando ella hacía lo suyo por su lado; sin embargo, pensó que no podía perder la oportunidad de dejar pasar a una chica como ella. Era hermosa, comía callada, no eructaba, no opinaba ni oponía resistencia a nada... era perfecta, era la chica perfecta.

--Ven, levántate, pasemos a mi cuarto –invitó Claudio a la chica después de comer--. Si quieres puedes dormir conmigo esta noche.

La muchacha asintió con la cabeza. Claudio sólo la ayudó a levantarse.