El sueño parecía tan real, que llegué a tener miedo cuando desperté sobresaltado y transpirando con todas aquellas imágenes aún agolpándose en mi cabeza. Abrí los ojos para ver que en todo el cuarto seguía reinando la misma oscuridad de siempre. Me recorría aquel extraño y conocido sudor frío por la espalda, diciéndome que ya todo había terminado...
Árboles, hierbas, flores... había estado en un bosque inmenso, en el corazón mismo de la medianoche, lleno de sabios robles, austeros abedules, imponentes olmos y otros cuantos seres arbóreos los cuales desconozco el nombre mundano con el que los humanos los han bautizado. Había sentido la hierba bajo mis pies desnudos, había sentido la vida que emanaban, su frescor plateado; había sentido la dulzura de las flores, flores de múltiples colores, colores nuevos, intensos, casi cegadores; había sentido el aire puro, refrescante, adormecedor rodeando mi cuerpo, rodeando el bosque... Todo era sumamente distinto a como era el mundo donde vivía realmente.
Pero, ¿y qué pasaba si mi rutinaria vida en la ciudad era “el sueño”?
No, eso no podía ser cierto. Eso sólo ocurría en películas de ciencia ficción y libros con algún contenido filosófico, en nada más. El mundo real era el lugar donde despertaba por todas las mañanas, con sueño, odiando mi vida por ser como lo era, por tener que trabajar todo el maldito día en algo que no me gustaba para poder sustentarme y vivir con lo mínimo.
--Sólo fue un sueño –susurré al levantarme de la cama. Abrí la ventana de mi departamento para sentir la brisa de la noche; sentí chocar contra mi cara ese mismo aire contaminado de siempre, ese aire que sobrevolaba hasta el último rincón del planeta; sentí los mismos gritos desgarradores provenientes de alguna persona que quizá estaban asaltando o asesinando en las calles de la ciudad, o tal vez proveniente de alguna mujer bonita que estaban violando en un callejón oscuro y sin salida.
Sí, había sido un sueño, estaba seguro de eso, porque este era el mundo real. Mi mundo real...
Mi mundo.
