En un frío verano

Me arrastré en la oscuridad,
herido, gimiendo y sangrando,
buscando la salida de aquel camino
provocado y destrozado.
Y lloré desesperado,
lloré al ser herido de nuevo,
lloré al ser herido en silencio.
Me perdí siendo mudo,
fingir no ver nada,
sólo mis manos pequeñas e inmundas,
pecadoras y resignadas.

Y así volví a vivir en donde
una vez fui castigado,
saseando mi sed con lamentos y llantos,
comiendo de un pobre corazón ilusionado,
alojándome en un templo de desesperanza,
saboreando un trémulo amor condenado.
Me revolqué entre sudor y lágrimas,
entre sábanas y rabia,
destrozando así cada vez más, mi negra alma.
Me fui vendiendo, humillándome a mí mismo,
sintiendo una vez más, los sabores de la derrota,
de caprichos inmundos
y de los suaves licores que me sedaban.
Y caía en un hoyo tras hoyo,
emborrachándome en pena, en odio,
en humos y líquidos que liberaban mi inconciencia.
Y crecí, mutando en nueva forma,
inmundo como siempre, andrajoso
y maloliente, indigno como había decidido.
Cree mi propio hogar en las cavernas de mi mente,
escuchando los ecos de risas, de burlas,
de falsas promesas, de un falso futuro que nunca llegó.
Cree y adorné mi hogar con desgraciados recuerdos
y fatídicos encuentros, con falsas alegrías y tristes sonrisas.
Cree mi hogar allí, para vivir sin debilidades,
sin lamentos, sin falsas esperanzas torturadas.
Cree mi hogar allí, para darme cuenta de que la única
persona que no me decepcionará nunca,
será la que responda con mi propia voz
mis llantos y desdichas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario