Odio estar sobrio, tener que
estar despierto la mayor parte del día, tener que dedicar falsas sonrisas a
gente que no me agrada, no poder decir la verdad a la cara, el no poder ver las
cosas que no sean del modo que todos lo hacen, estar anclado a la modernidad y
su clásico estilo de vida americano, no poder huir de las cercas que te pone la
gente, que todo te tenga que importar algo, que todo sea lo mismo siempre.
Odio estar sobrio, ser uno más del montón, ser parte de
la sociedad mugrienta que nos desgasta día a día, que nos apunta como el
enemigo, que nos declaró una guerra secreta, que no nos dejará tranquilo nunca
sólo por tratar de hallar un rumbo diferente a la pérdida de nuestros días.
Días funestos que solo son días funestos. No hay disfraz
para las sombras ni lo agobiante. Los monstruos son los mismos que los de
nuestra niñez, los que viven bajo nuestras camas, en nuestros clósets, en nuestras
mentes. Lo malo es que así no se puede convivir con ellos. Ahora son nuestros
enemigos. Y se disfrazan de gente. Y andan por las calles… bajo la luz del día.
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